lunes, octubre 30, 2006

¡Maten a ese loro!

La lengua –siempre se ha dicho– guarda el pescuezo. Y también se asegura que es un arma de doble filo. Y el cable que obra en mi poder así lo demuestra: Resulta que Frank Ficker, un hombre de 50 años, debió dejar su hogar luego de que su esposa, Petra, también de 50, escuchara a su loro, de 12 años, y llamado Hugo, repitiendo una conversación que su marido había mantenido por teléfono con otra mujer.

Oriunda de Freiburg, Alemania, Petra explicó –todo según el cable– que a Hugo siempre le gustó imitar la voz de Frank, lo cual hacía casi a la perfección. Pues bien, imitando una acaramelada conversación del resbaloso consorte, el ave repitió Uta, Uta... y solo esto bastó (claro... ¿hubiera hecho falta algo más?...) para que doña Petra se pusiera en ascuas: revisó la casa del pi al pa y comenzó a examinar los cajones de su marido y encontró dos boletos de avión y la reservación para un hotel. En el boleto y la reservación aparecía el nombre de una misteriosa mujer llamada Uta.

Hasta ese día vivieron allí Frank y Hugo. Al primero Petra lo puso de patitas en la calle. El segundo se convirtió en un delicioso arroz con loro, cocinado y sazonado por promiscuo. El chismoso no pudo, esta vez, decir ¡ni pío!

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