Con cara de sueño y a pesar de tener ganas de mandar al foliculario a freír alcachofas con manteca de majá, Amelio, solícito y servicial, fue hasta casa del atormentado hombre de letras. Con paciencia asiática revisó la cerradura y le dijo:
–Esto no tiene ninguna llave partida adentro. ¿Tú has revisado bien cuál llave estás metiendo en la cerradura?
El hombre, atolondrado, le dijo al cerrajero: "Dispénsame, hermano, sin darme cuenta he estado tratando de abrir con otra llave desde hace hora y media". Ipso facto cogió de su voluminoso llavero la correcta y en un santiamén estaba en el interior de su vivienda.
Es presumible que el técnico en cerraduras, cerrojos, candados y llaves haya pensado: "¡Ñoooo! De que los hay, los hay. Solo tenemos que buscarlos para que nos saquen de la cama, a medianoche y casi lloviendo para venir a comer catibía deshidratada al 20 por ciento".
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