"En la casa de huéspedes vivía una viejecita silenciosa y triste. Todos sabíamos que ya no le quedaba en el mundo pariente cercano ni lejano. El día de Nochebuena estaba más abatida que de costumbre. Pero en las horas de la tarde recibió un paquete y su tristeza se trocó en júbilo.
‘¡Puedo decirlo: él nunca me olvida!’, exclamó abriendo el paquete tan alborozada como un niño. Contenía una elegante bolsa de mano y un lindo ramillete de rosas rojas y nomeolvides.
"La tarjeta que acompañaba al obsequio la firmaba su esposo, fallecido hacía muchos años. Antes de morir había arreglado él con un depositario -nos explicó la viejita- para que todos los años escogiera un regalo y se lo enviara, junto con unas flores, el día de la navidad. Por más de 20 años, el obsequio había llegado cumplidamente, uniéndola así en el recuerdo con su amado esposo y dándole unas horas de inefable alegría."
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